Cuando salgo a la calle y veo a la gente paseando a sus
perros me doy cuenta de que la mayoría de éstos pasean de forma autónoma. Lo
que debería de ser un paseo en grupo realmente son dos paseos completamente
independientes: uno el que realiza el dueño y otro el del perro.
La mente canina comprende muchas cosas, en cambio otras se
le quedan en el tintero. Nosotros, los humanos, cuando salimos a la calle con
nuestro perro atado de su correa nos conectamos a masa. Salimos con el “chip”
de que estamos juntos, obviamente sabemos que lo tenemos agarrado por uno de
los extremos de la correa. También solemos pensar que el paseo es para él. Eso
es uno de los grandes errores que hace que nuestro lenguaje corporal emane
decenas de señales que le transmiten que le estamos siguiendo. No es un momento
para él. Es un momento que nos pertenece a ambos, un momento para disfrutar
JUNTOS de la sana comunicación que sin duda existe entre nuestras dos especies,
un momento para superar retos y dificultades, para disfrutar de buenos
momentos, para compartir experiencias... Nuestra percepción de ese momento se
termina convirtiendo en un momento completamente rutinario en el que,
desgraciadamente, muchas veces nuestra mente se termina por ocupar en otras
distracciones como el móvil, los escaparates, curiosear a otras personas con
sus perros, etc.
Cuando salimos a la calle el perro experimenta otra forma de
pensar. Evidentemente sabe que está atado por el otro extremo de la corra
pero... su percepción es diferente. Él va a percibir un mundo mucho más
“natural” que el nuestro. Va a percibir olores de machos territoriales, va a
rivalizar con algunos de estos, sentirá que debe asegurar la zona para que el
resto de habitantes sepa que él mora o controla esas extensiones de terreno.
Percibirá estímulos que puede que le hagan sentir miedo, miedo real, uno de los
que le hacen ponerse con los pelos de punta y defenderse, a sus ojos, a vida o
muerte. Mientras tanto nosotros algunas veces nos reímos viendo eso, intentamos
dialogar con él sobre su temor o simplemente nos damos la vuelta avergonzados
por el escándalo que está armando. Nuestros mundos son... completamente
diferentes.
Voy a intentar transmitir la forma en que un perro normal
experimenta un paseo rutinario:
DUEÑO -Es la hora del paseo, el dueño
se levanta del sofá y va hacia el lugar donde guarda la correa.
PERRO -El perro inmediatamente asocia que la
correa va ligada momentos de nerviosismo.
DUEÑO -El dueño trata de ponerle
la correa mientras forcejea con éste e intenta calmarlo con palabras.
PERRO -El perro escucha atentamente las
palabras, sabe que tienen un significado, puesto que comprende lo que “quieto”
significa pero, un modo de lenguaje que él comprende y acepta más como
verdadero le dice completamente lo opuesto. El lenguaje corporal de su dueño le
está diciendo que está nervioso, forcejea y compite por ponerle el collar y la
correa.
DUEÑO -Al abrir la puerta de la
calle, el dueño deja que el perro se lance a ésta el primero comenzando a
seguirle para que haga sus necesidades.
PERRO -El perro continúa nervioso, nadie le dice
que se calme. Sale el primero porque sabe que él es el que controla mejor todas
las variables que se le pueden presentar a partir de ahora. Confía en su dueño
cuando están en casa, allí tienen puestas unas normas muy claras y el dueño
siempre soluciona los conflictos, pero siente que en la calle cambia. Ahora su
dueño carece de control y le toca gobernar a él mismo.
DUEÑO -Es un paseo rutinario para
nuestro humano, las mismas calles, los mismos árboles para que nuestro pero
orine, el mismo parque...
PERRO -El perro reafirma su sentimiento de que
él está controlando la situación. Su dueño le deja claro el mensaje con su
forma de seguirle.
DUEÑO -Al llegar al parque de
perros el dueño ve a lo lejos otra pareja humano/canina. Es el perro con el que
siempre se pone a ladrarse sin sentido alguno.
PERRO -Nuestro amigo canino percibe el sutil
cambio de estado anímico que experimenta su dueño al llegar al parque. Esto le
hace ponerse alerta, es su misión tomar decisiones ahora, así lo ha aprendido.
No sabe que hay otro perro, pero sí sabe que algo hay.
DUEÑO -Como se esperaba, al verse
los dos perros comienzan a ladrarse
mutuamente. El humano decide seguir su camino y evitar el escándalo que se está
creando.
PERRO -No sabía lo que era, pero ahora está
claro. Su amo se ha puesto nervioso porque hay un rival en la zona. Como su
dueño está nervioso y le ha quedado claro que él mismo es el responsable del
control y orden del paseo se ve obligado a tomar una decisión. Llevado por este
sentimiento comienza a ladrar como muestra de poder hacia su competidor.
Muestra su lado más amenazante e incluso eriza su pelo puesto que,
evidentemente, está muy nervioso. Realmente sabe que no es un perro fuerte y
que en una pelea saldría mal parado pero... es su deber, nadie más lleva las
riendas de este paseo más que él.
DUEÑO -Para el hombre ha
funcionado la estrategia de evitar esa situación, cuando su amigo canino perdió
de vista al otro perro dejó de ladrar.
PERRO -Para el perro ha funcionado la estrategia
de ladrar, cuando ha mostrado su poder, el rival ha desaparecido. Ladrar y
ponerse en actitud intimidatoria funciona.
DUEÑO -El paseo continúa y nos
vamos acercando a una zona difícil, una avenida principal. El humano sabe que
su compañero tiene miedo a los autobuses y... como era de esperar al ver uno de
éstos su amigo comienza a tirar de la correa en sentido opuesto.
PERRO -Todo iba normal en el paseo hasta ver esa
gran cosa metálica y ruidosa que tanta inseguridad le crea, le supera, sabe que
es un perro que controla más que su dueño pero aún así sabe que no es un perro
fuerte. Es un perro obligado a controlar. No hay más remedio que huir de ahí.
DUEÑO -Al ver esa postura
atemorizada el dueño se preocupa y se agacha para acariciar a su temeroso
amigo. Intenta calmarlo igual que si de un humano se tratase, con empatía. Esta
es la habilidad que tenemos los humanos para sentir lo que el otro siente. En
el este caso poniéndonos lastimosos también.
PERRO -Está claro, su dueño también tiene miedo,
su lenguaje corporal y su voz parecida a un llanto se lo dice claramente. Los
autobuses son criaturas diabólicas hechas de metal creadas únicamente para
atemorizar perros... ¡si estaba claro!
DUEÑO -Pasado el autobús todo
vuelve a la normalidad y juntos regresan a casa, como siempre, el perro entra
entes que él.
PERRO -Ya se ha ido lo que hacía que el perro
sintiese inseguridad, ahora vuelve a tener control hasta llegar a casa.
Esto es lo que desgraciadamente sucede con la mayoría de los
perros. Unos son fuertes de verdad, otros no tanto. El denominador común que
todos tienen es que pasean solos, y solos toman decisiones. No tienen en cuenta
que van en grupo. Deberíamos intentar hacernos un poco más primitivos como lo
son ellos, pensar que si no tuviéramos correas tendríamos que seguirles y
serían ellos quienes decidirían todo por nosotros, nos meterían en peleas, nos
señalarían dónde orinar, donde comer, los caminos a seguir... ¡todo! Esto
sucede porque no ven que tengamos ningún tipo de control en esos momentos que
consideran como “serios” En cambio en casa sí que controlamos nosotros y nos hacen
caso. Ahí nos obedecen a las órdenes de fuera, siéntate, túmbate, dame la pata,
quieto... cosa que en la calle nos resulta de lo más difícil o directamente
imposible ¿Por qué? La respuesta es simple, en casa actuamos juntos y
controlamos el entorno, en la calle no.
No dejes de comunicarte con él, haz que confíe en ti también
en la calle. Sé un dueño digno de ser seguido. Puede que no sea tare fácil pero
con paciencia, implicación y haciendo las cosas de forma correcta podemos
ganarnos su confianza para que en un momento de tensión opte por dejarse
enseñar a cómo comportarse en lugar de actuar de forma autónoma.
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